sábado, 27 de abril de 2013

ESTAMPAS DE BARRIO





            El mercadillo que, jueves y sábados, se instala en unas calles próximas, permite al vecindario realizar compra de verduras, hortalizas, objetos para el hogar y un sinfín de productos que, a precio más reducido que en el supermercado o las escasas tiendas de ultramarinos que aún quedan, se traduce en un pequeño ahorro que no viene mal y es que, ¡hay que mirar el céntimo!.
            No es, sin embargo, eso lo mejor del mercadillo, aunque no sea desdeñable. Es su propia estampa, los personajes que se reúnen, la actividad, el bullicio…lo que hacen de él un lugar único donde observar, curiosear, escuchar, grabar escenas.
            Es, hoy, un día más de tantos, aunque el fuerte y racheado viento sea un poco molesto y provoque remolinos en los que bolsas de plástico y papeles pugnen por aferrarse a las piernas de los viandantes. También hoy está aquél enorme furgón que acostumbra a aparcar sobre la acera impidiendo el normal tránsito de los peatones, mientras la policía local hace su ronda sin prestarle atención charlando animadamente, mirando al infinito. Comentando, quizá, el próximo partido de fútbol, tal vez  las vacaciones pasadas.
            Apenas unos metros más allá, varios hombres de etnia gitana mantienen, al sol, una alegre cháchara mientras se deleitan con las volutas de humo de sus cigarrillos y observan, disimuladamente, el trayecto de los policías. Sus mujeres, en tanto, exponen la mercancía sobre cajas de cartón o mantas extendidas en el suelo. La oferta es variada: desde cosméticos a ropa interior, zapatos de deporte…Algunos inmigrantes de aspecto latino o africano exponen también sus bolsos, discos de música o películas, sin mucho éxito.
            Hay, en el bullicio de la gente una vitalidad y alegría que hacen, al observador, abstraerse de todo lo demás. Simplemente mira y absorbe todo cuanto le rodea, como si fuera el propio aire que se precisa para la vida. Quizá sea así, porque ¿cómo si no podría la imaginación alimentarse?.
            No siempre es posible ser testigo de escenas de picaresca. Hoy, en cambio, y tal vez para compensar, he sido protagonista cuando, en las proximidades del furgón mal aparcado, una señora de buena apariencia que sujeta un carro de la compra aparentemente lleno, se dirige a mí cuando paso a su lado diciendo ,mientras me invita a mirar su bolso, que está abierto:”Ya ve, me han abierto el bolso y robado el monedero .¿Puede prestarme 80 céntimos para que coja el autobús?.Es que, vivo cerca del Corte Inglés y voy tan cargada”. Seguramente la frecuencia con que se producen estas situaciones es la que  hace que uno esté sobre aviso. La miro a los ojos y, simplemente, digo: “¡Vaya!”
            Varias personas que han observado la escena, cuando nos cruzamos me dicen:”¿Cuántos céntimos pide hoy?”. Es la confirmación de que se trata de una profesional del arte de pedir. Una persona que, sin realmente estar necesitada, aprovecha el ir y venir de las gentes para lanzar su anzuelo y abusar de la sensibilidad de alguno de los viandantes.
            Dejo atrás esta zona y me adentro en una calle próxima donde la vista se recrea en un cuadro multicolor. Pimientos rojos, amarillos, verdes…Lechugas, pepinos, naranjas, kiwis, patatas, coles…una innumerable variedad de productos hortícolas, como innumerables son sus colores y tonalidades. Dispuestos todos ellos, además, como si un hálito de inspiración hubiera tocado la fibra sensible del comerciante, instándole a distribuir su mercancía de tal manera que la armonía de formas y colores llama, inevitablemente la atención del observador. Pero, hoy he venido solamente a mirar.
            “¡Ajos, ajos de Pedroñeras!... A euro la bolsa…¡Anda, nenica, cómprame un bolsa¡” clama un gitano, ya entrado en años mientras airea su mercancía como si de un trofeo se tratara.
            Más allá, junto a la parada del autobús un carro de supermercado repleto de naranjas y varias bolsas llenas de éstas son el muestrario que una gitana gruesa, con un vestido azul y  delantal gris,  sentada sobre una caja de plástico para fruta, utiliza para ofrecer su mercancía. “¡A euro la bolsa, Recién cogidicas¡”. Siempre he sentido curiosidad acerca del lugar de donde son “cogidicas”. ¿Será de la huerta de la luna?. Como siempre, vigilante en su trono de piedra próximo, un gitano joven, guapo, bien vestido, como recién salido de una página de Vogue, aspira con fruición el humo de su cigarrillo mientras mira displicentemente aquí y allá, presto, también, a la posible presencia de los agentes de policía.
            La vida, en el barrio, discurre tranquila y sin sobresaltos. La joven inválida que vende cupones de la ONCE tiene la mirada fija en la pantalla de su móvil 4 G mientras mueve sus pulgares a velocidad de vértigo sobre la pantalla. Quizá esté chateando con una amiga. Quizá, simplemente mata el tedio con un video juego, esperando al próximo buscador de la suerte.
            Tengo que volver otro día. Necesito respirar el ritmo de la vida y nada mejor que aprovechar la ocasión que este espectáculo me proporciona.


sábado, 20 de abril de 2013

DESAHUCIOS





            Como es frecuente, los sucesos van por delante de quienes tienen el mandato de los ciudadanos y el poder para resolver los problemas, lo cual que no siempre es cuestión de dinero.
            Hemos visto ,sucesivamente, no pocas noticias acerca de personas que, agobiadas por el problema de la pérdida de su vivienda, incapaces de soportarlo, han optado por quitarse la vida. Y no son pocas. Pese a ello, ha sido necesario un número importante para que los políticos, que son quienes pueden hacer  algo, se atrevan a ello, eso sí, empujados por más de un millón de firmas .
            ¿Cuántos muertos son necesarios para modificar una ley?
            No he leído la propuesta ciudadana y, por lo tanto, no voy a opinar sobre su contenido ni puedo hacerlo, por tanto, con relación a lo que . desde el Gobierno, se propone para resolver este tema. Sí quiero exponer algunas reflexiones cuyo ánimo no es juzgar a nadie, sino exponer situaciones conocidas por todos y que podrían haberse evitado.
            Las sociedades de tasación que trabajaban con los bancos, ¿hicieron honradamente su trabajo, o sucumbieron al encanto de sirena de estos y, en connivencia con ellos tasaron las viviendas y locales por encima de su valor, para que los créditos fueran mayores?
            Los bancos, ¿cumplieron con su obligación de realizar contratos en los que estuvieran garantizada la seguridad y liquidez de los préstamos, o sólo buscaron la rentabilidad del pelotazo?
            El Banco de España, que debía velar por la buena práctica bancaria ¿qué hizo?
            La Comisión Nacional de Mercado de Valores, ¿acaso hizo un estudio serio sobre Cuotas Participativas o las Preferentes?
            Los políticos que intervenían en las Cajas de Ahorros ¿se limitaban a poner la mano a fin de mes, sin importarles nada más?
            Los que compraron locales o segundas viviendas, hipotecándose, ¿sucumbieron al embrujo del negocio con beneficio rápido, pensando únicamente en dar, también “el pelotazo”?. Los que lo hicieron sin ése ánimo, pero pidieron préstamos por importe mayor que el de la vivienda, ¿no pensaron en el riesgo que eso suponía?
            Hay muchos más interrogantes, pero si solamente miramos hacia atrás, cabe la gran posibilidad de que nos demos otro tropezón. Tenemos la experiencia de los graves errores cometidos y tenemos la constancia de que los que gobiernan o lo han hecho no están o estado a la altura de las circunstancias. Cada uno debe decidir qué hacer, pero cada uno, por sí solo no podrá cambiar nada.
           

lunes, 15 de abril de 2013

VIVO O MUERTO





            Uno, aficionado como es a las películas del Oeste, no entendía de pequeño, bien,  aquél letrero que solía aparecer en ellas, junto a la puerta de la oficina del sheriff del pueblo y venía a decir, más o menos: “WANTED” y, poco más abajo, “Dead or alive”, hasta que, un día, alguien más ilustrado explicó: “eso quiere decir, se busca vivo o muerto”.
            A partir de ahí ya se sabía adónde dirigir la mirada para localizar al, posible, malo de la película que, por lo general, era un tipo de mala catadura y que cualquiera podía distinguir como tal “malo”, incluso mirándolo desde lejos. Luego, si se indagaba en la vida real del actor, la desilusión era descomunal, porque resulta que era un tipo estupendo, que hacía campaña a favor de esta o aquélla organización humanitaria y, con éste “currículo” ¿cómo iba  a ser igual la emoción en pleno duelo o en la persecución de la diligencia? .No había color.
            Con el tiempo uno aprende a apreciar otras cosas y se va decantando también hacia distintas aficiones, más o menos esporádicas, en función de alguna situación, hecho o circunstancia determinada. Debo reconocer que mi afición por las películas del Oeste sigue incólume, aunque para poder satisfacerla no me queda más remedio que volver a las de blanco y negro, únicas en las que he sentido la verdadera emoción de una persecución con flechas, tiros y demás parafernalia.
            Sin embargo, mi faceta más conocida por los  amigos es la de aficionado a escribir, a lo que dedico buena parte de mi tiempo, porque supone una distracción importante, me incita a  leer y conocer nuevas palabras y definiciones y me ha permitido compartir momentos muy gratos con otras personas atraídas por el mismo tema, de las que he podido aprender mucho.
            En ocasiones, más que nada por satisfacer ése gusanillo interior que te produce la afición, he hecho algún pinito en concursos literarios (sin éxito, hay que decirlo) y suelo conectar por internet con portales especializados en publicar sus bases. La mayor parte de las veces me limito a leer los requisitos y después de mucho pensarlo, me digo: “mejor, dedícate a otra cosa” pero, erre que erre, sigo escribiendo.
            El otro día ojeando una de estas páginas especializadas me llamó la atención el nombre del certamen y , nada más empezar a leer, me sentí un tanto extrañado, porque si difícil es competir en algo con quien está vivo, no digamos cuando el adversario es centenario o está criando malvas desde no se sabe cuándo.  Y es que, en su inicio, se exponía (sic): “Podrán optar a este concurso todos los escritores, cualquiera que sea su nacionalidad o procedencia, nacidos durante los siglos XIX, XX o XXI, estén vivos o muertos y que no tengan publicada ninguna otra novela con anterioridad”.
            Alguno exclamará:”¡No es para tanto!”. Bueno, todo es cuestión de puntos de vista, pero debo confesar que me produce cierto desasosiego eso de “vivos o muertos” porque, aunque aficionado a la ciencia ficción, no me veo imaginando a un coetáneo de mi bisabuelo enviando por correo certificado una obra suya, mientras el funcionario intenta explicarle que lo que se lleva ahora es el euro y, por tanto, no puede aceptar ésas extrañas monedas que parecen sacadas del arcón del trastero.
            Así, que no sé qué hacer. Porque, para más inri, como diría un amigo mío, la obra puede ser de ciencia ficción. ¿Tenía Julio Verne alguna novela pendiente para sacarse de la manga y sorprendernos con una de sus maravillosas recreaciones literarias sobre algún invento desconocido hasta ahora? .
            Podría recurrir a un conocido que, cada vez que llega tarde a casa le cuenta unas batallas a su esposa absolutamente inverosímiles pero que, ella, candorosamente, se cree de pe a pa. También podría utilizar como argumento la situación económica actual, en la cual un político cuenta las verdaderas causas de la crisis. Pero no, una cosa es la ciencia ficción y otra burlarse de los sufridos lectores.

viernes, 12 de abril de 2013

MASTER CHEF





            Anoche no pude conciliar el sueño como días atrás. Me estuve preguntando por las razones, repasando las actuaciones del día, hasta que, finalmente, pude constatar con toda certeza el origen del problema.
            Había cometido el tremendo error de ver la edición del primer programa Master Chef en el que, después de una, me imagino, ardua selección, quince personas cuya máxima aspiración es ser seleccionados como el/la mejor profesional de la cocina van a competir entre sí para lograrlo. Sólo habrá un vencedor, con un premio sustancioso y tres premios de consolación.
            El jurado está compuesto por tres personas que, según el currículo que se citaba, eran expertos en el arte de la cocina, galardonados internacionalmente y de reconocido prestigio. Hasta aquí, todo iba bien. Cuando empezó el desarrollo del programa ya se advertía en el jurado, sobre todo en uno de sus miembros , Pepe Rodríguez, algo así como “mala leche” y que no le importaba humillar a su interlocutor.
Esto me sorprendió, porque cualquiera que haya ejercido una actividad profesional , en puestos de arriba y de abajo, si no ha aprendido dos cuestiones fundamentales: respeto y empatía, podrá llamarse “profesional” si es que ello le place, pero jamás habrá tenido el reconocimiento y la amistad de quienes han compartido con él las duras jornadas de trabajo.
Puedo admitir algunas “poses” del jurado, como los largos silencios, las miradas de extrañeza…No puedo aceptar el hacer comentarios humillantes, dar la espalda al concursante y despreciar su trabajo. No es cuestión de  blandura con quienes van a tener que soportar, seguramente, condiciones de trabajo con mucha tensión, se trata, simplemente, de tratarles como personas, por muy malo que sea el plato que han preparado, por extravagante que parezca, por no ser expertos en algo, porque ésa es la cuestión, precisamente; no son expertos, sino aficionados.
Se puede aducir que es un concurso, que se hacen las cosas así para generar expectación. Es posible, pero no será la de, al menos, dos personas. Mi esposa y yo decidimos que había muchas mejores maneras de tratar a los demás y, en consecuencia, no  vamos a ser espectadores de este.

           

domingo, 7 de abril de 2013

LA SOMBRILLA





            Durante varios días he estado visionando una serie de reportajes ,elaborados por National Geographic, sobre la II Guerra Mundial. El realismo, estremecedor, se debe sin duda a que la mayor parte de las grabaciones fueron realizadas por cámaras de los diversos ejércitos que participaron en esta contienda.
            Los horrores de la guerra, que ponen de manifiesto la brutalidad a la que es capaz de llegar ése “animal racional” que se dice es el ser humano, no llegan por igual al conocimiento de todos, al igual que el sufrimiento de las víctimas y, quizá, también el de los vencedores.
            No es, sin embargo, el aspecto del sufrimiento el que me interesa ahora resaltar porque, más que las escenas de muertes, batallas, maquinaria bélica y el sonriente rostro de los generales enviando a la muerte a sus tropas, me impactó una en la que sólo hay personas vivas y sin armas. Se desarrolla la acción en Japón, en una ciudad cualquiera, en un día cualquiera, después de los duros bombardeos a los que había sido sometida por la aviación estadounidense.
            La calle está sembrada de los escombros diseminados alrededor de los edificios de los que provienen y se han apartado un poco, para dejar un camino expedito a los viandantes. Grupos de mujeres deambulan hacia uno u otro lado buscando, quizá, algún familiar o, tal vez, simplemente algo de comida. Todas están vestidas con trajes oscuros y caminan con los hombros abatidos, el rostro serio, la mirada perdida. Entre ellas, con aire casi marcial, una mujer joven, también japonesa, viste alegres ropas y lleva una sombrilla para protegerse del ardiente sol. Camina como si nada de lo que hay alrededor fuese con ella. La sombrilla tiene la tela parcialmente quemada y deja ver buena parte de sus varillas , lo cual no parece importarle, dado que hace de ella  ostentación como si se tratara de la más valiosa pieza de una colección.
            Tuve la impresión de que esta mujer era la imagen totalmente opuesta de la derrota. Las dificultades estaban a su alrededor, pero pasaba entre ellas con la determinación de quien sabe que, más adelante, una vez que todo haya terminado, podrá seguir con su vida exactamente en el mismo momento en que las circunstancias la obligaron a cambiar.