jueves, 20 de junio de 2013

EL DETALLE



Repasando viejos papeles, me encontré con el texto que sigue, que redacté hace unos cuantos años, para la revista interna de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, donde en aquéllos días prestaba mis servicios. A la vista de cómo funcionan las cosas, fácilmente podría haber escrito hoy lo mismo, quizá con mejor redacción, pero el fondo seguiría inalterable y es una lástima, porque la vida está llena de pequeños detalles que son los que la hacen interesante.                   

EL DETALLE

            Uno  de estos días del verano, en un breve viaje vacacional, fui a una oficina de una caja de ahorros en un pueblo de La Mancha.

            La oficina, como el pueblo en sí, era minúscula y con una sola empleada. También allí había llegado la fiebre del consumismo y el regalo, y variadas ofertas de litografías numeradas de preciosos cuadros de un museo, cuberterías, etc.se acumulaban sobre una pequeña mesa y el mostrador y, quizá, también tapaban alguna que otra grieta de las paredes.

            Mientras desgranaba la espera leyendo los folletos, la empleada atendía a un cliente que estaba interesado por el paradero de sus recibos de agua, luz e impuestos, que no le habían sido adeudados en la cuenta debido a que se había descuidado y se quedó sin saldo suficiente para ello.

            La citada empleada le dijo al cliente que no se preocupara, que ella "había tenido el detalle" de no devolverlos y, dentro del período hábil le había llamado para que ingresara lo necesario.

            Como es de suponer, me hizo gracia aquélla expresión  y, aunque probablemente era poco afortunada, por cuanto venía a ser quizá una excesiva autoproclamación del favor, sin duda venía a poner de manifiesto algo que, bajo mi óptica, puede ser determinante de la oferta de un servicio que tiende a conseguir la calidad.

            A veces, ante las circunstancias y aconteceres diarios, no puedo por menos que preguntarme "¿tanto cuesta tener un detalle?"

            Los que en alguna etapa de nuestra vida laboral hemos estado en puestos de atención directa al público hemos tenido oportunidad de conocer en alguna ocasión la facilidad con que se pierde un cliente, a veces porque la acumulación de trabajo no nos deja tiempo suficiente para " tener un detalle "; pero esta situación es totalmente extrapolable a cualquier puesto de trabajo.¿ O es mucho pedir el ofrecer una sonrisa a nuestro interlocutor, facilitarle a nuestro compañero de trabajo el dato que necesita, o ayudarle en su agobio de trabajo?.

            Podemos tener tantos detalles....En algún sitio he leído que nos pasamos la vida en busca de grandes cosas, cuando son las pequeñas cosas cotidianas, "los detalles " los que contribuyen a hacerla más llevadera, a darle "calidad " a la vida.

            Si al terminar cada jornada podemos contestar afirmativamente a la pregunta "¿he hecho algo por un cliente, por un compañero, por mejorar mi trabajo... ? Habremos hecho algo en ese camino que conduce hacia la CALIDAD, con mayúsculas.




domingo, 16 de junio de 2013

NATURALEZA INDEFENSA






No pocas veces se escuchan voces clamando contra las actuaciones de los poderosos que oponen a la fuerza de la razón la única razón que poseen: su fuerza. Así, de la misma manera que doblegan al hombre, atentan contra la naturaleza de cualquier manera conocida o imaginable: arrasando bosques, contaminando ríos, arrojando a la atmósfera gases de efecto invernadero.
Cabría suponer que quienes soportan (soportamos) el influjo de estos poderosos no son (somos) partidarios de caer en sus mismas actuaciones, al menos en cuestiones asequibles. Bastaría con no hacer nada y con ello se evitarían los daños. Y no se puede decir que carezcamos de esta capacidad; al menos, en esta sociedad que se supone civilizada y en la que la información circula a toda velocidad, siendo asequible a todos ,aunque haya que matizar en ocasiones su contenido para arrancarle los apéndices que cada uno de nuestros “benefactores” le añade para suavizarla.
Cierto es que hay cosas que no están a nuestro alcance. Pero algo que compartimos y apenas nos damos cuenta de ello es la Naturaleza. Está en el aire, en el agua, en las montañas…Podemos preservarla si no le hacemos nada y máxime si el hecho de hacer algo no aporta beneficio.
¿Necesita la Naturaleza la actuación de la pintura para ser más bella? No me lo parece, bajo ningún punto de vista.
Pues hay quien opina que ensuciar una montaña sirve para algo. Como el “artista” que ha hecho lo que muestra la foto en una de las pocas zonas que, aún, quedan sin estropear en el Cabo de las Huertas. Me gustaría aplicarle la versión adaptada de una maldición que, según dicen, una gitana le hizo a alguien que se negó a darle una limosna. Esta decía, más o menos: “que te toque la lotería; que ganes muchos millones, que te los paguen en pesetas y que te los aten a los cojo…” La adaptación podría ser:”que te toque la lotería, que te toquen muchos millones, que te lo gastes en pintura y que te lo aten a…” al mismo sitio.
Y eso es todo por hoy



miércoles, 12 de junio de 2013

ITINERARIOS(III)



12 de junio de 2013

Bordeando la Playa de San Juan, el paseo que discurre hasta El Campello deja a su derecha una amplia franja de arena y el mar. Saliendo desde la Plaza de la Coruña, si se madruga lo suficiente, es posible encontrarse de frente con el sol saliendo por el horizonte, reflejándose en el azul del agua con toda su intensidad. El único problema para observar esta maravilla es el levantarse a tiempo.
Hoy eran alrededor de las siete y media de la mañana cuando he emprendido el camino, recorriendo todo el paseo y dejando atrás los restaurantes de moderno diseño, recién estrenados y con buena presencia, que sustituyen a la mayor parte de los anteriores chiringuitos de la playa. De aquéllos, tan solo Domingo y Casa Julio son los únicos que han quedado en pie, seguramente porque la concesión de uso sería distinta a la de los otros.
La presencia de paseantes a ésa hora era casi nula. Ni siquiera el viejecillo que suele sentarse en el muro mientras sus tres perros, seguramente tan viejos como él, quedan a sus pies inmóviles como estatuas, sin que la correa con que los sujeta sea, precisamente, lo que les impide separarse. Quizá les queden tan pocas fuerzas como al anciano y prefieran reservarlas para el regreso a su hogar.
En una de las zonas más amplias de terreno destinado a aparcamiento han colocado varias señales de prohibido estacionar entre los días 13 y 17. Al pasar junto a uno de los restaurantes, una persona, probablemente el dueño, reniega de ése ayuntamiento que, precisamente los fines de semana, pone impedimentos a los que quieren acercarse a la playa, haciéndoles más difícil el dejar su vehículo y, consiguientemente, poniendo barreras a sus potenciales clientes.
Distraído, miro hacia la orilla. Las olas, tan leves que casi son ondas, rozan suavemente la arena una y otra vez. A su rumor se une el de la gravilla, empujada por el agua y obligada a mantener relaciones íntimas y a pulirse unas piedras con otras. Aunque en este caso no procede eso de “el roce hace el cariño”. Pero, al menos, van limando sus aristas.
Al fondo, los edificios parecen surgir del mar, amparados por una neblina que cubre sus pies con un  velo que se va disipando a medida que me acerco y el sol calienta.
En el Rincón de la Zofra, el mar está muy cercano al paseo. Una franja muy amplia de cantos rodados sustituye a la arena. Las olas, aunque golpeen suavemente, los mueven, dejando un sonido de fondo, como un rumor que les sirve de estribillo mientras parece que digan:”vuelve, vuelve”. Los cantos, en algunas zonas están cubiertos por una capa oscura de algas muertas, cuyo aroma húmedo y salado llega hasta el paseo. Hoy no hay pescadores. Ni siquiera más adelante, junto a un parque público en el que los bancos son usados, a menudo, como soporte de la caja de anzuelos o sitio de descanso mientras se espera que las cañas se doblen bajo el tirón de ésa presa que nunca se consigue y tanto se desea.
Más adelante, doblando un pequeño cabo, llegamos al Rio Seco. Hoy no lo es tanto. Observo un pequeño caudal de agua y una laguna, también pequeña, en la que desemboca. Pienso que debe provenir de la depuradora y espero que sea un caudal limpio, dado que, por su proximidad al mar, se irá filtrando hacia este, hasta diluirse en su inmensidad.
Suena, impertinente, el zumbido del reloj, avisándome de que debo emprender el camino de regreso. Descanso brevemente mientras hago unos ejercicios de estiramiento. Como cuatro dátiles secos y camino de nuevo, de vuelta a casa, pasando por el puente sobre el Rio Seco. En la lejanía, los edificios semejan fichas de un juego infantil, con su variedad de alturas y colores. Miro atentamente para ver qué distancia me separa de mi destino y me digo, a mí mismo, que eso es pan comido. 




lunes, 10 de junio de 2013

ITINERARIOS(II)



10 de Junio de 2013

            Hoy he ido hacia la zona del Cabo, pero siguiendo un itinerario urbano que he iniciado en el paseo de la playa , a partir del Mc Donalds hasta el final ,para después girar hacia la derecha, buscando la Avda. de la Costa Blanca y girando nuevamente a la izquierda, callejeando entre las urbanizaciones, buscando el mar, lo que me ha servido para conocer nuevos lugares.
            En general, como ocurre en muchas zonas, la costa está en casi su totalidad asediada por el asfalto, las urbanizaciones y las residencias unifamiliares. Salvo excepciones, la imaginación de arquitectos y promotores no se ha utilizado en exceso, seguramente porque las neuronas había que administrarlas con cuidado y no tenía sentido gastarlas cuando existía una demanda capaz de absorber cualquier cosa hecha de ladrillo.
            Sin embargo, la crisis ha dejado también aquí su huella, en forma de solares con materiales de construcción en los que los arbustos van, poco a poco, ganando terreno a los trabajos que realizaron las excavadoras. También he visto varios esqueletos de hormigón en espera de que alguien los “resucite” y transforme en las proyectadas viviendas que debían ser.
            El paseo por toda esta zona resulta un poco cansado, por la proliferación de cuestas bastante pronunciadas, ya que las construcciones y calles ocupan las faldas de las lomas. Muchas calles no tienen salida y, en el fondo de saco de su final se ha dibujado sobre el asfalto una pequeña rotonda para facilitar el que los vehículos puedan dar la vuelta.
            Si uno es persistente y no se arredra frente a las cuestas, llegará al punto más elevado de la zona en el que un túmulo cuadrado con un tubo en su centro tiene una placa que lo identifica como vértice geodésico. Desde allí se contempla el panorama en un ángulo de casi 360º, interrumpido, tan sólo por un grupo de urbanizaciones que lo impide.
            La vista del paisaje es lo único aceptable de casi todo el recorrido, toda vez que la densidad de urbanizaciones da lugar a una intensidad de tráfico que no permite un paseo apacible, tanto por el trasiego de vehículos como por el ruido que generan, especialmente los autobuses urbanos y de colegios. Siempre, claro está, que no se mire a espaldas de las urbanizaciones, donde la nula vigilancia de las autoridades y el todavía peor incivismo de constructores, ha dado lugar a ingentes vertidos de escombros, incapaces de ser absorbidos por los arbustos que crecen a su alrededor.

           
             

domingo, 9 de junio de 2013

ITINERARIOS (I)



8 de junio 2013

Salgo de casa y tomo el camino de la playa. Son las 8 de la mañana y un espléndido amanecer me da la bienvenida. Se nota que es sábado. A los que madrugan a diario les encanta aprovechar el fin de semana para retozar un poco más entre las sábanas. Ellos se pierden el cálido sol y sus primeras caricias, el agradable soplo de la brisa temprana y el escaso ruido de la, todavía más escasa, circulación de vehículos.
En el paseo de la playa hay, todavía, algunos operarios de limpieza que intentan reducir los estragos de ésos incivilizados que arrojan botellas, latas o bolsas de comida rápida por todas partes, sin importarles lo más mínimo que el paisaje se cubra por el velo de la suciedad. Siempre cabe la excusa de culpar a la empresa de limpieza por ser poco efectiva. Como si la verdadera limpieza no comenzara por el sencillo hecho de no ensuciar, en lugar de dejarlo todo para la escoba. Hay quien, al menos, pretende ser solidario y manifiesta:”Así creamos puestos de trabajo”. Yo preferiría crearlos en los hospitales, las escuelas, los jardines.. .En lugares donde se aspire a un futuro mejor, donde la vista se pueda perder en la lozanía del verde del césped, del amarillo de las margaritas, del rosa de los hibiscos, del violeta de las jacarandas…
Me pierdo en mis pensamientos. Pese a ello, la cámara fotográfica aparece en mi mano como por arte de magia y la dirijo al horizonte, para que el mar, el cielo, la luz, queden grabados en algo más que mis retinas. El suave rumor de las olas, su leve espuma blanca bañando la orilla…Me dirijo hacia ella pisando la arena con cuidado. No quiero que se cuele en mis calcetines. Llego hasta la zona que, una y otra vez, baña la mar. Dejo mis huellas sobre la arena para descubrir, al mirar hacia atrás, que nunca he estado allí, porque no queda la menor señal de mi paso. Me resigno y sigo adelante. Fijo la vista en el Faro del Cabo, blanco, destacando sobre el monte, como queriendo oponerse al desarrollo incontrolado, impidiendo que los adosados, las urbanizaciones, lleguen más cerca del mar.
Llego a los pies del Faro. Un grupo de gente me pregunta cómo llegar hasta él. Es vano el intento, porque está cerrado a las visitas. Pero les indico la zona por la que se pueden acercar al acceso principal, me dan las gracias y se alejan.
Aspiro con los ojos cerrados el olor a algas y mar. Dejo que el sabor salado se imagine en mi boca. Después, los abro de nuevo  e inicio el camino por las sendas junto a la valla del Faro. A mi izquierda las abruptas pendientes, llenas de arbustos, pequeñas islas de margaritas y alguna que otra flor cuyo nombre ignoro. Más abajo las explanadas de roca que se convierten, por momentos y en virtud de las olas, en pequeñas balsas para, casi de inmediato, vaciarse y volverse a llenar. Todo ello en un ritmo incesante.
Hay algún que otro pescador, tentando la suerte. Al menos disfrutan de la brisa hasta que el calor del sol, reflejado en el agua, sea tan intenso que aconseje abandonar la aventura.
Suena el avisador de mi reloj. Ya es la hora de volver. ¿Tomaré mañana este camino?.Prefiero decidirlo según se presente el amanecer, cuando la tenue luz del alba se filtre por mi ventana y, rozándome el rostro, me avise de que ya es la hora de volver a la vida.